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Toxicidad y narcisismo: ¿Cómo nos afectan las acciones de los demás?

Cada año, el mundo parece hundirse más en un clima de toxicidad, narcisismo y autocomplacencia. Las figuras públicas, ya sean políticos, celebridades o líderes empresariales, siguen protagonizando los titulares, a menudo no por sus logros, sino por su comportamiento provocador o escandaloso.

Cada año, el mundo parece hundirse más en un clima de toxicidad, narcisismo y autocomplacencia. Las figuras públicas, ya sean políticos, celebridades o líderes empresariales, siguen protagonizando los titulares, a menudo no por sus logros, sino por su comportamiento provocador o escandaloso. Pero, ¿realmente importa esto para nosotros, las personas comunes, si no tenemos una conexión directa con estas figuras? La respuesta, sorprendentemente, es sí, y aquí está la razón.

Toxicidad desde la cima

Por incómodo que sea, el pez empieza a pudrirse desde la cabeza. Cuando las figuras más poderosas de la sociedad —ya sea en la política, los negocios o el entretenimiento— muestran deshumanidad, autocomplacencia y narcisismo, eso envía una señal a toda la sociedad. El comportamiento de los que están en el centro de atención va mucho más allá de sus vidas privadas. Se convierte en la norma para todos, porque los modelos de comportamiento que vemos en la televisión y en las noticias a menudo se consideran un referente para el éxito. Cuando personas famosas o políticos abiertamente violan las normas morales, el público comienza a ver ese comportamiento como algo aceptable.

Influencia en nuestra vida diaria

Cuando alguien en la Casa Blanca publica un tuit furioso, o cuando un actor publica comentarios racistas en las redes sociales, no es solo un problema para quienes tienen contacto directo con estas personas. Lo vemos en nuestros feeds, escuchamos sobre ello de nuestros colegas y hablamos de ello con nuestros amigos. Se convierte en parte de nuestra realidad cotidiana y moldea cómo percibimos el mundo y a los demás.

Cuando una figura pública actúa de manera tóxica, eso establece expectativas para el resto de nosotros. Comenzamos a pensar que ese comportamiento puede justificarse, que la falta de empatía, la desvergüenza y la rudeza ahora son características valiosas. Como resultado, muchos de nosotros comenzamos a seguir este ejemplo, incluso cuando sabemos en el fondo que está mal.

Narcisismo y empatía: ¿Un nuevo estándar social?

Vivimos en una época en la que la empatía se considera una debilidad y la despreocupación se ve como una fortaleza. Admiramos a las personas fuertes, pero cada vez más, los que se llaman "fuertes" son aquellos que no se disculpan, que no tienen respeto por los demás y que usan a las personas para su propio beneficio. El compasión se está convirtiendo en algo obsoleto, algo que pierde valor con cada año que pasa.

En lugar de admirar a personas amables y sinceras, comenzamos a imitar a aquellos que viven bajo la filosofía de "digo lo que quiero, y no me importa a quién ofenda". Estas figuras creen que pueden decir lo que quieran porque piensan que pueden comprar su salida de cualquier error. Está claro que el narcisismo y el comportamiento tóxico no solo son comunes, sino que se están convirtiendo en símbolos de éxito.

Un cambio en la percepción pública

La toxicidad y el narcisismo en la cima no solo no se cuestionan, sino que a menudo se admiran. ¿Por qué? Porque este comportamiento señala fuerza y confianza, y parece ofrecer un camino hacia el éxito en un mundo implacable. En lugar de ser una persona amable, un hombre aspira a parecer fuerte, incluso si eso significa rechazar todas las normas morales.

Pero este cambio en la percepción es una tendencia peligrosa. Cuando los líderes públicos muestran características despreciables e inaceptables, envían el mensaje de que cualidades como el respeto y la humanidad no son importantes. Esto da lugar a fenómenos negativos que, aunque difíciles de notar, se convierten en parte de la vida cotidiana: los vemos en las calles, en los restaurantes, en los partidos deportivos, en las carreteras, en las oficinas y hasta en las familias.

¿Qué podemos hacer al respecto?

La verdadera pregunta es, ¿qué podemos hacer para cambiar esta situación? Primero, debemos reconocer que no somos solo observadores pasivos. El comportamiento de los que están en la cima nos afecta y moldea cómo vemos el mundo. No podemos quedarnos sentados sin hacer nada y esperar que no nos toque. Todos somos parte de este ciclo tóxico, ya sea que lo reconozcamos o no.

Cada uno de nosotros debe decidir si se valorarán empatía y respeto en nuestra sociedad. Si permitimos que el narcisismo y la toxicidad se apoderen de nuestra conciencia, corremos el riesgo de perder lo que realmente importa: virtud, honestidad y compasión. Y aunque a veces parezca que no podemos hacer nada para cambiar las cosas, debemos recordar que cada persona puede ser la que comience a cambiar el mundo a su alrededor, incluso con pequeños pasos.

La toxicidad no es solo el problema de aquellos que hacen titulares. Es un problema de toda la sociedad. Y mientras no lo reconozcamos, el peligro continuará creciendo, arrastrándonos a todos más profundamente en su espiral destructiva.

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