No hay verdaderos adultos entre nosotros. Las mujeres buscan figuras paternas para esconderse detrás de ellas como si fueran un muro protector frente al caos de la vida. Mientras tanto, los hombres, casi siempre de manera inconsciente, sueñan con “madres” que los protejan y los liberen de la aterradora pregunta: ¿qué hacer realmente con su vida?
No hay verdaderos adultos entre nosotros. Las mujeres buscan figuras paternas para esconderse detrás de ellas como si fueran un muro protector frente al caos de la vida. Mientras tanto, los hombres, casi siempre de manera inconsciente, sueñan con “madres” que los protejan y los liberen de la aterradora pregunta: ¿qué hacer realmente con su vida?
Nadie entiende de verdad cómo funciona este mundo. Sin embargo, casi todos creen en su propia impotencia, convencidos de que son los únicos que se sienten perdidos, mientras que los demás “lo entienden todo”. Por fuera se proyecta seguridad, por dentro reina el pánico. Cada uno se siente como un impostor en una realidad supuestamente clara, donde mostrar dudas equivale a mostrarse inmaduro o débil.
Ocultamos nuestra inseguridad como si fuera una enfermedad vergonzosa, con miedo de que alguien la descubra. Muchos creen en secreto: “Solo yo soy débil; todos los demás son fuertes y realmente adultos”. Pero eso es una ilusión. Según menscult.net, el mundo adulto como lo imaginamos no existe: es solo un papel que representamos.
Imagina a un borracho que intenta lucirse con movimientos de baile elegantes. En lugar de estilo, lo único que logra son pasos torpes y ridículos. Eso mismo nos pasa cuando tratamos de alcanzar los ideales del “mundo adulto”. Fingimos confianza, esperando aplausos, pero en el fondo seguimos con miedo.
La seguridad absoluta e inquebrantable es algo reservado, quizá, solo a los dioses. Los mortales apenas podemos imitarla por momentos. La verdadera confianza no consiste en aparentar, sino en aceptar la realidad: todos somos niños asustados en una encrucijada entre el caos y lo desconocido.
Seguimos siendo niños, incluso cuando sentimos que somos más “adultos” que otros. Y está bien. La verdadera fuerza empieza cuando reconocemos nuestros miedos y avanzamos a pesar de ellos.
Porque en el fondo seguimos siendo niños que buscan seguridad y apoyo. El “mundo adulto” es más una ilusión que una realidad.
Es un deseo inconsciente de encontrar protección frente a la incertidumbre y el caos de la vida.
No se trata de aparentar, sino de aceptar la realidad y actuar incluso con miedo.
La confianza perfecta es un mito. Incluso las personas más fuertes exteriormente siguen siendo niños vulnerables por dentro.
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