En el mundo profesional y en la vida cotidiana, todo hombre se encuentra tarde o temprano con personas que pierden los estribos. Gritan, amenazan, gesticulan… y esperan que respondas del mismo modo. Es tentador entrar en el juego, devolver el golpe. Pero esa, amigo, rara vez es la jugada correcta.
En el mundo profesional y en la vida cotidiana, todo hombre se encuentra tarde o temprano con personas que pierden los estribos. Gritan, amenazan, gesticulan… y esperan que respondas del mismo modo. Es tentador entrar en el juego, devolver el golpe. Pero esa, amigo, rara vez es la jugada correcta.
Instintivamente, interpretamos la agresión como una amenaza real. Pero la verdad es que el 99,9 % de las amenazas no tienen sustancia. Son palabras. Actuaciones. Personas imitando a personajes duros de películas, usando el volumen como defensa y la intimidación como máscara de inseguridad.
Un hombre verdaderamente fuerte no necesita alzar la voz. Actúa. El que grita busca validación. En realidad, son adultos con mentalidad de adolescentes, que esperan ser temidos por otros igual de inmaduros. Pero si se les planta alguien con verdadero control, se desmoronan.
Responder con agresividad te pone al mismo nivel. En lugar de resolver el conflicto, lo alimentas. Y en ese momento ya no estás liderando nada. Estás compitiendo por ver quién grita más fuerte. El hombre inteligente no entra en esa dinámica.
El tiempo que pierdes en discusiones es tiempo que podrías invertir en tus objetivos, relaciones o bienestar. No eres un maestro de escuela para educar adultos con problemas emocionales. No vale la pena.
Detrás del griterío hay, casi siempre, alguien inseguro o emocionalmente desbordado. No es tu trabajo corregirlo, ni mucho menos gritar más fuerte. Tu papel es mantener la calma y el enfoque.
Muchos jefes gritones, conductores enfurecidos o burócratas arrogantes no son más que niños grandes que nunca aprendieron a gestionar sus emociones. Y aunque sus gritos no son malintencionados, pueden desgastar. Al final, ser el adulto entre tanto descontrol cansa.
Y es entonces cuando te das cuenta de que la mejor respuesta es el silencio. Dejar que chillen, mientras tú avanzas, con paso firme, sin rebajarte. Porque no tienes nada que demostrar.
Inspirado en contenidos de menscult.net
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