¿Cómo funcionamos los hombres? Si algo no nos sale, lo tiramos a la esquina. ¿No sabes bailar? Pues que le den. ¿Un idioma nuevo? Bah, paso. ¿Los panqueques salieron mal? Pedimos un kebab. Porque ser torpe en algo es ser vulnerable. Y se supone que nosotros somos los fuertes, los seguros de sí mismos, los del “yo puedo con todo”.
¿Cómo funcionamos los hombres? Si algo no nos sale, lo tiramos a la esquina. ¿No sabes bailar? Pues que le den. ¿Un idioma nuevo? Bah, paso. ¿Los panqueques salieron mal? Pedimos un kebab. Porque ser torpe en algo es ser vulnerable. Y se supone que nosotros somos los fuertes, los seguros de sí mismos, los del “yo puedo con todo”.
Pero aquí viene el giro: justamente eso que ahora te sale como el culo, es lo que te convierte en un hombre de verdad. No en un héroe de TikTok, sino en uno auténtico: con carácter, aguante y cerebro afilado como una navaja suiza. Así que abróchate el cinturón: te voy a contar por qué deberías lanzarte de lleno a eso en lo que hoy solo chapoteas.
Sí, tu cerebro entra en crisis cuando vuelves a confundir el paso izquierdo con el derecho en la salsa. Pero es precisamente en esos momentos cuando se forman nuevas conexiones neuronales. Repites, y ¡pum! — habilidad adquirida. Como en el gimnasio: el dolor es crecimiento. El error es evolución. Sin ellos, solo das vueltas en tu zona de confort y te apagas.
Cada fallo es como un puñetazo en el estómago. Pero sigues vivo, y cada vez reaccionas menos. Inmunidad. Al décimo tropiezo ya no gritas en la almohada, analizas tranquilo qué falló. Y sigues adelante. Los fracasos dejan de ser muros y se convierten en escalones. Ascenso, hermano.
Agarras la arcilla — y resulta que tienes talento con las manos. Pruebas a escribir canciones — y acabas rodeado de gente con la que jamás te habrías juntado antes. A través de tus “debilidades” entras en nuevos mundos. ¿Quién lo hubiera imaginado?
Mientras te peleas con los ideogramas chinos o tratas de entender el blues, tu mente no solo se esfuerza — evoluciona. Procesas información más rápido, encuentras soluciones originales y, en general, te vuelves ese tipo ingenioso con el que nunca te aburres.
Ya conoces esa voz: “Empezaré cuando esté listo”. Sorpresa: nunca lo estarás. Nunca será perfecto. Pero cuando te permites hacer algo cutre, descubres que lo cutre, con el tiempo, se convierte en estilo. Y el estilo, en confianza. Y la confianza, en éxito.
No del postureo ni del “mira qué crack soy”. Sino de la experiencia real: al principio no sabías — ahora sabes. Eso es masculinidad. Te aparece una voz interior que dice: “Puedo con esto. Solo necesito tiempo.” Y eso, hermano, ya no te lo quita nadie.
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