¿Alguna vez te has preguntado por qué un alimento te entusiasma, mientras que otro te desagrada, aunque sus características gustativas sean similares? ¿Por qué algunas personas disfrutan de platos que tú no probarías ni en broma?
¿Alguna vez te has preguntado por qué un alimento te entusiasma, mientras que otro te desagrada, aunque sus características gustativas sean similares? ¿Por qué algunas personas disfrutan de platos que tú no probarías ni en broma? La respuesta es simple: tu percepción de la comida depende no solo de su sabor real, sino de cómo tu cerebro lo interpreta. Vamos a ver cómo ocurre este proceso.
El efecto placebo, bien conocido en el campo médico, también se manifiesta en la cocina. Se trata de un fenómeno en el que tu percepción de la comida cambia en función de las expectativas, no de las cualidades gustativas reales. Las expectativas pueden hacer que percibas el mismo producto de manera diferente, incluso cuando su sabor no ha cambiado. Por ejemplo, en un estudio realizado en China, se demostró cómo las expectativas podían cambiar la percepción del picante de una salsa. Los participantes fueron divididos en dos grupos: unos amaban lo picante y otros no. Probaron salsas de diferentes niveles de picante, pero antes de probarlas, se les mostraron imágenes de chiles, sugiriendo lo picante que sería la salsa.
Lo interesante es que aquellos que amaban lo picante, cuando esperaban un sabor más suave, calificaban la salsa como menos picante. Por otro lado, aquellos que no les gustaba lo picante, su aversión aumentaba. Esto confirma que las expectativas no solo cambian la forma en que percibimos el sabor, sino que también afectan la forma en que nuestro cerebro responde a la comida.
¿Alguna vez has probado un helado de sabor salmón? Suena raro, ¿verdad? Pero eso es precisamente lo que hicieron los científicos para demostrar cuánto las expectativas influyen en nuestra percepción de la comida. En un experimento, a los participantes se les ofreció un "helado" rosa, pero su sabor no era nada dulce: sabía a salmón. Cuando el alimento se servía como helado, los participantes sentían disgusto, incluso si les gustaba el pescado. Sin embargo, cuando el mismo alimento se servía como "mousse fría y salada", su sabor era mucho mejor valorado.
¿Por qué? Todo se reduce a "romper esquemas". El cerebro espera que un helado rosa sea dulce, y esta disonancia cognitiva provoca emociones negativas, aunque el sabor no sea tan malo. Esto demuestra que nuestras preferencias gustativas no son solo una cuestión de lo que comemos, sino también de lo que esperamos de la comida.
Otro punto importante son las asociaciones culturales y emocionales con la comida. Por ejemplo, el durian: esta fruta exótica, que en los países del sudeste asiático es considerada una delicadeza, para quienes no están acostumbrados a su olor puede ser un verdadero reto. Su olor fuerte puede recordar a la basura, y difícilmente alguien que no está familiarizado con él querrá probarlo. La realidad es que nuestros cerebros asocian ciertos olores y sabores con experiencias positivas o negativas, y esto influye profundamente en nuestra percepción de la comida.
¿Cómo te sientes cuando te sientas a la mesa? Si estás de mal humor, es posible que percibas la comida como insípida, e incluso los platos más familiares te parezcan menos apetitosos. En un estudio realizado en 2020, a los participantes se les ofrecieron dos sopas: una nueva y otra familiar. El grupo con emociones positivas valoró las sopas de manera neutral, mientras que aquellos bajo estrés encontraron desagradable la nueva sopa, mientras que la familiar fue apreciada. Esto confirma que no solo el sabor de la comida, sino también nuestro estado emocional, juega un papel clave en la percepción de la comida.
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