¿Crees que la verdad siempre gana? ¿Que basta con unos buenos argumentos para cambiar la opinión de alguien? Olvídalo. El mundo no funciona así. Los hechos no cambian creencias. Son como clavos: sirven para reforzar una estructura, pero no para derribarla.
¿Crees que la verdad siempre gana? ¿Que basta con unos buenos argumentos para cambiar la opinión de alguien? Olvídalo. El mundo no funciona así. Los hechos no cambian creencias. Son como clavos: sirven para reforzar una estructura, pero no para derribarla.
El cerebro humano está diseñado para ver lo que quiere ver. Tomemos un ejemplo sencillo: una crema para un sarpullido. Las investigaciones demuestran que el 84% de las personas se recuperan sin usarla, mientras que solo el 75% lo hacen usándola. Pero la mayoría de la gente mira los números, no los analiza, y concluye: “¡La crema funciona!”. Porque es más fácil que pensar.
El problema no es solo la pereza. Un estudio del psicólogo Dan Kahan mostró que las creencias son más fuertes que la lógica. Cuando se enfrentaron al problema de la crema, muchos fallaron. Pero cuando el tema cambió a la relación entre el armamento y la criminalidad, la cosa se puso interesante.
Los liberales resolvían el problema si los datos indicaban que más armas aumentaban los delitos. Pero si los datos sugerían lo contrario, sus habilidades matemáticas fallaban misteriosamente. Con los conservadores, pasó lo mismo, pero al revés.
Cuando los hechos coinciden con nuestra visión del mundo, se convierten en "verdad". Cuando no, el cerebro encuentra formas de rechazarlos. No se trata de inteligencia ni lógica, sino de proteger nuestra confianza en lo que creemos.
La próxima vez que intentes convencer a alguien con hechos, pregúntate: ¿Qué quiere esa persona? Si no está dispuesta a replantear sus creencias, ni siquiera un estudio del Lancet servirá.
Recuerda: la verdad no es lo que es lógico, es lo que elegimos creer.
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