Te despiertas, miras el reloj... y ya estás buscando una excusa para no ir a trabajar. Aunque tu trabajo, en teoría, te gusta. El trayecto no es malo, los compañeros tampoco. Pero algo no cuadra. Te molesta, te cansa, te pesa.
Te despiertas, miras el reloj... y ya estás buscando una excusa para no ir a trabajar. Aunque tu trabajo, en teoría, te gusta. El trayecto no es malo, los compañeros tampoco. Pero algo no cuadra. Te molesta, te cansa, te pesa.
Y no, no es pereza. Tampoco es un burnout de manual. Es un cansancio sutil, una irritación silenciosa que no sabes de dónde viene. Pero se puede desarmar, como un buen reloj suizo. Aquí tienes 5 razones por las que incluso un trabajo “normal” puede llegar a saturarte — y qué hacer con eso si ya eres adulto.
Antes pensabas: “Está bien”. Te alcanzaba para vivir, salir con amigos, algún viajecito. Pero ahora tienes más experiencia, haces más cosas, resuelves más problemas... y el sueldo es el mismo.
Y claro, cuando tu jefe llega con otra “tarea desafiante”, solo piensas: ¿por ese mismo sueldo?
¿Qué hacer?
Hazte esta pregunta: ¿Seguiría haciendo todo esto por el mismo dinero?
Si tu respuesta es “no”, ya sabes lo que te toca. ¿Cuánto tendría que subir tu sueldo para que volvieras a disfrutar lo que haces? ¿Un 20%? ¿Un 50%?
Negociar no es una guerra, es un intercambio justo.
Y si ni con más dinero te entusiasma la idea… entonces no es un tema de dinero. Mira el punto 5.
Te levantas, café, reunión por Zoom, tareas repetidas, comida igual, conversaciones iguales. Todo funciona. Pero tú no sientes nada. Ni orgullo, ni emoción, ni energía.
Tu mente empieza a susurrarte: “Esto no es vivir, es aguantar”.
¿Qué hacer?
Antes de renunciar como acto de rebeldía, pregúntate si estás agotado mentalmente. Porque si el problema es el desgaste, cambiar de empresa no arregla nada.
Descansa bien. Ten fines de semana reales. Cambia pequeños hábitos: la ruta al trabajo, la playlist, el lugar donde almuerzas, el orden de las tareas.
A veces un simple cambio de ritmo te devuelve el alma al cuerpo.
Tu jefe solo te busca cuando algo sale mal. Pero cuando resuelves crisis, entregas bien o sacas adelante un proyecto difícil… ni una palabra.
Y eso jode. Porque todos necesitamos sentirnos valorados. Y los hombres también, aunque no lo digan. Sin reconocimiento, la motivación se va como agua por el desagüe.
¿Qué hacer?
Habla. No como queja, sino con intención de mejorar. Dile a tu jefe que te gustaría recibir más feedback, que eso te ayuda a potenciar tus fortalezas.
Un buen jefe lo entenderá. Y si no lo hace… tal vez estás dándole tu mejor trabajo a alguien que no lo merece.
Todo funciona, pero no te sientes parte del grupo. Chistes internos, referencias que no entiendes, conversaciones que no te importan. Y además, cosas molestas: tazas sucias, gritos, chismes, pasivo-agresividad.
Todo eso consume más energía que una junta de tres horas.
¿Qué hacer?
Antes de decir que es “un ambiente tóxico”, intenta buscar puentes. ¿Quién también es papá? ¿Quién juega fútbol? ¿Quién recomienda buena música?
Acércate con interés real, sin forzar nada. Si aun así no encajas, no es drama. Solo es señal de que ahí no están “los tuyos”.
Eres bueno. Entregas resultados, la gente confía en ti, el sueldo está decente. Pero sabes que ahí, en ese lugar, no vas a crecer más.
No hay proyección, no hay futuro. Estás en un ascensor sin botón de “subir”.
¿Qué hacer?
Sé honesto contigo: ¿quieres seguir siendo “el segundo” para siempre? Si no, toca planear. ¿A dónde quieres llegar? ¿A liderar? ¿A tener más libertad? ¿A ganar más?
Cuando tienes claridad, puedes moverte con propósito. Buscar dentro o fuera.
El miedo al cambio es normal. Lo que no puede ser normal es quedarte donde ya no hay vida.
El trabajo no es solo para pagar facturas. Es parte de tu vida.
Y si te está irritando, si algo dentro de ti ya no quiere estar ahí, no lo ignores.
No es debilidad, es señal de crecimiento. Madura.
El hombre que se respeta a sí mismo no se queda tragando frustración. Se escucha. Y actúa.
¿Quieres respeto? Empieza por respetarte tú.
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