Imagina a una persona que creció en la pobreza. Su comportamiento puede parecer extremo y a veces incluso ilógico. O son tacaños, aferrándose a cada centavo, o, por el contrario, se comportan como benefactores generosos, tirando dinero para ganar la aprobación de personas que creen que algún día los salvarán en tiempos difíciles. Estos extremos no ocurren por casualidad; están arraigados en una creencia profunda de que el dinero es algo temporal e inestable, y puede desaparecer en cualquier momento.
Imagina a una persona que creció en la pobreza. Su comportamiento puede parecer extremo y a veces incluso ilógico. O son tacaños, aferrándose a cada centavo, o, por el contrario, se comportan como benefactores generosos, tirando dinero para ganar la aprobación de personas que creen que algún día los salvarán en tiempos difíciles. Estos extremos no ocurren por casualidad; están arraigados en una creencia profunda de que el dinero es algo temporal e inestable, y puede desaparecer en cualquier momento.
Estas personas suelen involucrarse en proyectos de alto riesgo, lo que, a primera vista, puede parecer un punto a favor. Después de todo, para salir de la pobreza, necesitas asumir riesgos; ganar solo unos centavos al año rara vez salva a alguien. Y aparentemente, una vez que comienzan su propio negocio y empiezan a ganar dinero, pueden finalmente relajarse: el dinero está fluyendo, y ahora pueden vivir de manera diferente.
Pero aquí está la paradoja. Los hábitos de la pobreza continúan viviendo en su mente, a pesar del éxito financiero. Una persona que alguna vez vivió con un dólar al día, incluso después de ganar miles, no puede permitirse disfrutar tranquilamente los frutos de su trabajo. En cambio, siguen apretándose el cinturón, negándose a sacar las ganancias del negocio porque el miedo a cometer un error sigue profundamente arraigado. La pobreza les enseñó que cualquier error equivale a la muerte. Y aunque la amenaza real de morir de hambre ya no existe, en su mente aún resuena: "No puedes equivocarte".
Este miedo lo controla todo. Tienen miedo de perder su trabajo, incluso si son especialistas muy demandados. Tienen miedo de agotarse, pero no pueden dejar el negocio porque creen que es su único sustento. Tienen miedo de delegar tareas, porque "los empleados lo arruinarán todo". Tienen miedo de sacar dinero del negocio porque creen que el negocio es su "salvavidas".
Y así, el ciclo se repite. Hay dinero, pero está todo en el negocio, que supuestamente no puede fallar porque, sin él, no habría manera de vivir. Como resultado, ya sea que llegue el agotamiento o, lo que es peor, la quiebra, cuando ya no quedan fuerzas para seguir adelante.
Este miedo a delegar y a soltar el control lleva a que se hagan cargo de todo el trabajo, no limitando las pérdidas ni confiando en nadie para las tareas más pequeñas. Esto crea un escenario en el que ni pueden hacer crecer el negocio ni disfrutar de la vida. El miedo a fracasar los paraliza, y todos los esfuerzos se dirigen a un control interminable y a mantener el status quo.
Pero hay una solución. Si te reconoces en esta historia, es hora de detenerte y repensar tu enfoque. Deja de escuchar esa voz de pánico que te dice que los errores son imperdonables. Permítete cometer errores, sacar dinero del negocio e incluso tomar riesgos. Date cuenta de que un millón de dólares en el negocio son solo números para el flujo de caja, pero un millón de dólares en tu cuenta personal es seguridad real y la posibilidad de vivir cómodamente.
Añade un poco de riesgo a tu vida. Y aquí está lo que descubrirás: vivir con riesgos y con la posibilidad de perder algo en el camino hacia el éxito es mucho más tranquilo que tratar de evitar cualquier peligro constantemente. Al final, todos morimos, y lo que importa no es cuántos errores evitaste, sino lo rica que fue tu vida.
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