Cuando se trata de dinero, generalmente pensamos que las decisiones financieras deben ser puramente racionales y que las emociones no deben influir en nuestras elecciones. Tendemos a creer que, a diferencia de otras decisiones, las decisiones financieras deben tomarse con la cabeza, no con el corazón. Sin embargo, la verdad es que son las emociones negativas las que a menudo guían nuestro comportamiento financiero.
Cuando se trata de dinero, generalmente pensamos que las decisiones financieras deben ser puramente racionales y que las emociones no deben influir en nuestras elecciones. Tendemos a creer que, a diferencia de otras decisiones, las decisiones financieras deben tomarse con la cabeza, no con el corazón. Sin embargo, la verdad es que son las emociones negativas las que a menudo guían nuestro comportamiento financiero.
Veamos cómo el miedo, la codicia y la ansiedad afectan nuestras decisiones.
El miedo es quizás la emoción más fuerte que afecta nuestra relación con el dinero. Nos hace actuar de manera impulsiva y evitar las pérdidas a toda costa. Investigaciones muestran que el miedo a perder 100 dólares es mucho más fuerte que la alegría de ganar la misma cantidad. Este fenómeno se conoce como aversión a la pérdida.
Cuando tememos perder dinero, comenzamos a tomar decisiones basadas no en la lógica, sino en el pánico. Por ejemplo, durante tiempos de inestabilidad económica o crisis, tendemos a hacer compras excesivas o a invertir en activos demasiado arriesgados. Recordemos el período de la pandemia, cuando los estantes de los supermercados estaban vacíos debido al miedo de que cosas como el arroz y el papel higiénico desaparecieran.
La codicia es la emoción que nos impulsa a asumir riesgos injustificados con la esperanza de obtener grandes ganancias. Nos hace ignorar los aspectos negativos y concentrarnos solo en los beneficios potenciales. La codicia a menudo conduce a decisiones financieras irracionales, como el juego o la compra de boletos de lotería.
Las investigaciones muestran que, cuando reflexionamos sobre una decisión, en comparación con una elección espontánea, tendemos a mostrar más codicia, lo que nubla nuestro juicio sobre los riesgos. Comenzamos a soñar con hacer grandes fortunas y olvidamos las posibles consecuencias.
Cuando experimentamos incertidumbre en la vida, como problemas en el trabajo o dificultades personales, a menudo sentimos ansiedad. Esta emoción nos lleva a posponer decisiones financieras importantes, lo que puede resultar en parálisis por análisis. Nos volvemos incapaces de tomar decisiones sobre el dinero y, a menudo, simplemente postergamos las acciones necesarias. Esto puede llevar a oportunidades perdidas o a una acumulación de deudas, ya que a veces no se trata de hacer todo perfecto, sino de actuar a tiempo.
Es importante aprender a reducir la influencia de las emociones en nuestras decisiones financieras. La próxima vez que tengas que tomar una decisión, hazte algunas preguntas:
Recuerda, las emociones no son el enemigo, pero pueden desviarte si no tienes cuidado. Toma decisiones conscientes y aprenderás a manejar no solo tus finanzas, sino también tus emociones.
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