Si tuviera la oportunidad de vivir mi vida otra vez, haría una cosa importante: me permitiría cometer más errores. El perfeccionismo que tanto me obsesionaba a menudo me impedía disfrutar de los momentos simples. Dejaría de tener miedo de parecer tonto y de tomarme todo tan en serio.
Si tuviera la oportunidad de vivir mi vida otra vez, haría una cosa importante: me permitiría cometer más errores. El perfeccionismo que tanto me obsesionaba a menudo me impedía disfrutar de los momentos simples. Dejaría de tener miedo de parecer tonto y de tomarme todo tan en serio.
En lugar de pensar constantemente en cómo todo debería ser perfecto, asumiría más riesgos. El riesgo me abriría nuevos horizontes: más viajes, más encuentros con el mundo. Los atardeceres que nunca vi se convertirían en parte de mi vida, las montañas que nunca escalé quedarían atrás como símbolos de oportunidades perdidas.
Definitivamente comería más helado y me preocuparía menos por la utilidad de los alimentos. Después de todo, la alegría de la vida está en las pequeñas cosas: en el aire fresco de primavera, en caminar descalzo sobre la hierba. Me quitaría los zapatos al comienzo de la primavera y no me los pondría de nuevo hasta finales del otoño. Esa sensación de libertad me parecería extraordinaria y llenaría cada día de ligereza.
Viviendo la vida de nuevo, evitaría los problemas inventados. Los problemas reales son solucionables, pero los que creamos en nuestra cabeza a menudo nos quitan energía. Vería el mundo de una manera más simple, sonreiría más a menudo y jugaría con los niños. En sus ojos inocentes, se refleja esa misma alegría simple que a menudo olvidamos.
Tal vez, en esta nueva vida, lograría ver más amaneceres, encontrar rincones acogedores donde podría detenerme y simplemente ser. Porque la vida no se trata solo de metas y logros, sino de momentos llenos de ligereza y felicidad.
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