Vivimos en un mundo donde las tradiciones han sido destruidas y las referencias antiguas han desaparecido. Carrera, dinero, éxito: todo esto se ha vuelto inestable, cambiando constantemente. Hoy puedes construir un imperio en un año y perderlo en un mes. La sociedad se ha acelerado, volviéndose rica, pero fría, llena de riesgos e incertidumbre.
Vivimos en un mundo donde las tradiciones han sido destruidas y las referencias antiguas han desaparecido. Carrera, dinero, éxito: todo esto se ha vuelto inestable, cambiando constantemente. Hoy puedes construir un imperio en un año y perderlo en un mes. La sociedad se ha acelerado, volviéndose rica, pero fría, llena de riesgos e incertidumbre.
Por eso, el amor se ha convertido en el último refugio. Es lo único que nos recuerda que no estamos solos en este mundo de algoritmos, mercados y cambios sin fin.
Pero el problema es que hemos puesto demasiadas expectativas en el amor. Debe ser pasión y calma, aventura y seguridad, apoyo y emoción. Se ha convertido en el centro de la vida, porque todo lo demás ha perdido sentido.
¿Pero puede el amor soportar ese peso? ¿O lo destruiremos exigiéndole lo imposible?
Llamamos al amor salvación, pero ¿no lo hemos convertido en una prisión? Donde debería ser una elección libre, lo transformamos en nuestra última esperanza. Donde podría ser inspiración, lo cargamos de miedos, ansiedades y el deseo de escapar de la soledad.
El amor verdadero no es un salvavidas en un mar de problemas. Es una fuerza que te permite ir contra la corriente, no esconderte de ella. No se trata de encontrar estabilidad, sino de construirla juntos.
Quizás no buscamos amor, sino silencio en medio del ruido. No una persona, sino la idea de salvación.
Pero el amor no está obligado a salvarnos. Simplemente es. Como el mar, como el viento, como el tiempo. No se desvanece si dejas de ahogarte en él. No desaparece si dejas de aferrarte a él.
Simplemente vive. Sin ilusiones. Sin peso. Sin miedo.
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