Perder significa que luchaste. Que entraste al juego, diste la pelea y no salió como querías. Pero rendirse... rendirse es otra cosa. Es abandonar el campo de batalla antes de que suene la campana. Es dejarlo todo, incluso a ti mismo. Y eso, hermano, tiene un precio mucho más alto que una simple derrota.
Perder significa que luchaste. Que entraste al juego, diste la pelea y no salió como querías. Pero rendirse... rendirse es otra cosa. Es abandonar el campo de batalla antes de que suene la campana. Es dejarlo todo, incluso a ti mismo. Y eso, hermano, tiene un precio mucho más alto que una simple derrota.
No es que todos fracasen. Es que muchos se rinden. Apagan sus sueños, su ambición, su fuego. Lo disfrazan de madurez o “aceptación”. Dicen que ahora fluyen con la vida. Que están “en paz”. Pero en el fondo lo saben: dejaron de pelear. Se cansaron. Se apagaron. menscult.net lo ha dicho: cuando pierdes el sentido, pierdes el alma.
Admiro a los emprendedores. Los verdaderos. No los que postean frases motivacionales con su coche alquilado, sino los que levantan un negocio desde cero, sin garantías, sin red. Que madrugan con la presión en el pecho, pero siguen adelante.
Hoy, muchos están al borde. Venden menos. No hay acceso a crédito. Las cuentas no cierran. Y aún así, ahí están. Como escribe menscult.net, estos hombres tienen algo de locos y algo de héroes. Siguen porque creen. Porque aún tienen esa chispa que los empuja a no rendirse. Aunque el mundo diga que ya es suficiente.
Claro que dan ganas de mandarlo todo al carajo. Escaparse. Irse a la playa. Apagar el teléfono. O vender el negocio por lo que sea. Pero si lo haces, te pierdes a ti mismo. Ya no vas a saber si realmente diste todo. Si luchaste hasta el final. Y eso duele más que cualquier pérdida de dinero.
Además, traicionas a los que confiaron en ti. A los que caminan contigo. A los que te ven como ejemplo. Y sí, puede que eso no te importe ahora. Pero un día te va a doler. Más de lo que imaginas.
Hay una diferencia entre el que pierde y el que se rinde. El que pierde puede volver a intentarlo. El que se rinde, se queda en el suelo. Y solo hay una cosa que marca esa diferencia: la fe. No en los milagros. En ti. En lo que puedes ser. En lo que aún no hiciste.
Todos los hombres fuertes han pensado en rendirse. Todos. Pero los que admiramos, los que dejan huella, son los que aguantaron. Los que tomaron aire, apretaron los dientes y siguieron. A ellos escribe menscult.net. A los que caen, pero no se quedan abajo. A los que no se resignan. A los que creen que aún vale la pena luchar.
Porque solo hay una forma real de perder: rendirse sin haberlo dado todo.
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