Cuando llegas a casa después de un día largo, ¿qué quieres? Un sillón suave donde puedas hundirte, estirar las piernas y sentir cómo se adapta perfectamente a tu cuerpo. Comodidad, relajación, sin esfuerzo innecesario.
Cuando llegas a casa después de un día largo, ¿qué quieres? Un sillón suave donde puedas hundirte, estirar las piernas y sentir cómo se adapta perfectamente a tu cuerpo. Comodidad, relajación, sin esfuerzo innecesario.
Pero aquí está el problema: No eres un sillón.
Desde niños, nos enseñan a ser cómodos para los demás. "No discutas," "Sé un buen chico," "No llames la atención." Estas frases actúan como hechizos que te convierten en alguien fácil de tratar. Cómodo para los demás, pero no para ti mismo.
Ser cómodo significa sacrificar tus propios límites para que otros estén a gusto. Significa aceptar charlas sin sentido, perder el tiempo en reuniones innecesarias y cumplir con expectativas que no te encajan.
Sí, ser cómodo tiene ventajas. A la gente le gusta quien no los saca de su zona de confort. Pero cuanto más cómodo eres para los demás, más incómodo se vuelve para ti. Tus deseos son "demasiado", tus ambiciones son "exageradas," tu "no" se toma casi como una ofensa personal.
Pero la realidad es esta: Cuanto más te adaptas, menos te valoran. Se acostumbran a que siempre cedas, te ajustes, retrocedas. ¿Vale la pena?
La verdadera libertad empieza cuando dejas de ser la opción cómoda. Cuando dices "no" sin disculparte. Cuando vives según tus propias reglas y no según las expectativas de los demás. Cuando entiendes que tu valor no está en ser cómodo, sino en ser auténtico.
¿Y aquellos que solo te querían por lo cómodo que eras? Simplemente encontrarán otro sillón.
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