Los recientes cambios en la ética social cuestionan muchos aspectos que antes parecían inquebrantables. El romance, el amor, la amistad — esos elementos de las relaciones humanas, que alguna vez se construyeron sobre la superación mutua de límites, en la búsqueda de comprensión y cercanía, de repente se encuentran bajo el escrutinio de una nueva ética que busca una transparencia absoluta, control y seguridad. ¿Pero a dónde nos llevará esto? ¿Perderemos algo importante en nuestro intento de hacer el mundo más predecible y manejable?
Los recientes cambios en la ética social cuestionan muchos aspectos que antes parecían inquebrantables. El romance, el amor, la amistad — esos elementos de las relaciones humanas, que alguna vez se construyeron sobre la superación mutua de límites, en la búsqueda de comprensión y cercanía, de repente se encuentran bajo el escrutinio de una nueva ética que busca una transparencia absoluta, control y seguridad. ¿Pero a dónde nos llevará esto? ¿Perderemos algo importante en nuestro intento de hacer el mundo más predecible y manejable?
Tradicionalmente, las relaciones — ya sea amistad o amor — siempre han sido más que una simple coexistencia armoniosa entre dos personalidades. Siempre han sido un campo de batalla donde chocan intereses y deseos, donde se rompen los límites personales en la búsqueda de una intimidad profunda. La verdadera intimidad, en esencia, es una tensión constante donde las emociones y la intuición juegan un papel clave. Y en este juego, como en la guerra, no hay reglas claras — solo dinámicas complejas y desequilibradas de poder.
Sin embargo, la nueva ética ofrece una perspectiva diferente. Insiste en que cualquier violación de los límites, ya sea emocional o física, es una forma de violencia que debe erradicarse. El diálogo, el contacto, incluso el mero hecho de un contacto emocional no autorizado, pueden ser motivo de acusación. En este nuevo mundo no hay lugar para la espontaneidad y el conflicto, que alguna vez fueron parte integral de cualquier interacción viva. Todo lo que no puede someterse a un control estructurado y transparencia se vuelve sospechoso e indeseable.
Pero una vez que desaparece el conflicto, también desaparece la posibilidad de una verdadera intimidad. Porque la intimidad no es solo alegría y calidez, sino también lucha y oposición. En la historia de la humanidad ha habido momentos en los que la relación entre un estudiante y un maestro o compañeros en una causa se volvía profundamente íntima precisamente por esta lucha. El amor podía unir colectivos, mientras que el odio podía destruirlos. Los estudiantes podían admirar a sus maestros, pero también podían rechazarlos, involucrándose en una guerra abierta, y en esta oposición nacía un nuevo entendimiento y una nueva intimidad.
La nueva ética busca librarnos de tales conexiones "peligrosas". Introduce normas estrictas que convierten las relaciones humanas en interacciones mecánicas desprovistas de emociones y espontaneidad. La creatividad es reemplazada por el automatismo, donde no hay lugar para la intuición y el flujo vivo de lo irracional. Incluso la sexualidad, a pesar de su supuesta libertad, se confina a límites rígidos donde la interacción entre personas se vuelve segura pero fría y mecánica, desprovista de pasión y espontaneidad.
Nos enfrentamos a una paradoja: la búsqueda de un mundo seguro y controlado nos lleva a la pérdida de algo más importante — el núcleo vivo, emocional e irracional que siempre ha sido el motor de las verdaderas conexiones humanas. En nuestra búsqueda de nuevas normas, corremos el riesgo de perder la posibilidad misma de una intimidad profunda, donde las emociones y la intuición juegan un papel clave.
Entonces, ¿deberíamos aspirar a un mundo donde todo sea predecible y seguro? ¿O es mejor preservar en las relaciones esa irracionalidad y conflicto que nos hacen verdaderamente vivos? La respuesta a esta pregunta es quizás algo que cada uno de nosotros debe encontrar por sí mismo. Pero una cosa está clara: en cuanto desaparece la lucha, también desaparece la posibilidad de una verdadera intimidad.
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