Cada día, nuestro cerebro genera miles de pensamientos, emociones e ideas. A veces son brillantes, otras absurdos y en ocasiones, dañinos. Pero aquí surge la pregunta: ¿por qué tendemos a creer todo lo que se nos pasa por la cabeza? La respuesta es simple: costumbre. Y es una costumbre que debemos cambiar.
Cada día, nuestro cerebro genera miles de pensamientos, emociones e ideas. A veces son brillantes, otras absurdos y en ocasiones, dañinos. Pero aquí surge la pregunta: ¿por qué tendemos a creer todo lo que se nos pasa por la cabeza? La respuesta es simple: costumbre. Y es una costumbre que debemos cambiar.
Imagina seguir el consejo de un desconocido en la calle. ¿Confiarías en él sin cuestionarlo? Probablemente no. Entonces, ¿por qué confiar en tus propios pensamientos, que a menudo son solo productos del miedo, el estrés o el agotamiento?
Los psicólogos llaman a esto higiene mental—el hábito de analizar tus pensamientos tan críticamente como lo harías con las palabras de otros. Si un pensamiento te parece aterrador o irracional, pregúntate:
A menudo, descubrirás que un pensamiento no es más que una asociación o una reacción emocional, no una verdad objetiva.
Enseñamos a los niños:
Pero, ¿por qué no decimos: "No creas todo lo que piensas"?
Nuestra cultura aún no nos ha enseñado a desconfiar de los productos de nuestra propia mente. Sin embargo, esta habilidad puede protegernos de miedos obsesivos, ansiedad innecesaria y culpa sin fundamento.
La mente es una herramienta compleja. Puede ser tu aliada o tu enemiga. La diferencia está en cómo la usas. Aprender a cuestionar tus propios pensamientos no solo es una forma de protección, sino un camino hacia la libertad.
Así que la próxima vez que tu voz interna te critique, simplemente di: "Demuéstralo."
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