¿Hay algo más sorprendente que convertirse en padre? Piensas que tu hijo o hija será una pequeña versión de ti. Imagina que compartirán tu sentido del humor, tu talento para las matemáticas (o tu amor por el fútbol), y que se reirán de las mismas bromas. Pero con el tiempo te das cuenta: tus hijos no son tú. Son un misterio, una sorpresa, a veces un completo enigma.
¿Hay algo más sorprendente que convertirse en padre? Piensas que tu hijo o hija será una pequeña versión de ti. Imagina que compartirán tu sentido del humor, tu talento para las matemáticas (o tu amor por el fútbol), y que se reirán de las mismas bromas. Pero con el tiempo te das cuenta: tus hijos no son tú. Son un misterio, una sorpresa, a veces un completo enigma.
Imagínate: miras a tu hijo y ves algo completamente nuevo y desconocido. ¿Cómo puede ser? Todos queremos que nuestros hijos se parezcan a nosotros, pero todo padre sabe: nunca llegarás a conocer completamente a tu hijo. Podemos celebrar sus éxitos, sentirnos orgullosos de sus logros, pero igual de fácil sentirnos desconcertados por sus extraños pasatiempos o decisiones. Y está bien.
Entonces llega un pensamiento simple pero liberador: nuestros hijos no son nuestros. No los creamos a nuestra imagen y semejanza, y no son nuestra propiedad. Sus problemas no siempre son nuestra culpa, y sus éxitos no siempre son nuestro mérito. Tal vez sea una de las realizaciones más reconfortantes de la paternidad. ¿Cuántas veces te has culpado por no poder protegerlos de los problemas o, por otro lado, te has sentido orgulloso de sus triunfos como si fueran tuyos? Pero ¿sabes qué? Tu tarea principal es simplemente estar presente.
Los hijos son un regalo. Y como cualquier buen regalo, tienes que darlo dos veces. Primero los recibes cuando entran en tu vida: pequeños, demandando atención, tiempo y, por supuesto, amor. Pero tarde o temprano llega el momento de "dejarlos ir". Es como ver a un ser querido emprender un largo viaje: duele, es emocionante, pero es inevitable.
Un día, tus hijos se irán, para estudiar, trabajar o buscar su propia vida. Es un momento de alegría y tristeza a la vez. De repente te das cuenta de que "tu" hijo ya no es del todo tuyo. Están entrando en el mundo, y tu papel cambia. Ya no eres quien los guía de la mano, eres quien ofrece apoyo desde la distancia. No es fácil. La vida no es un cuento de hadas donde todos viven felices para siempre, y como padre, quieres protegerlos de todo mal en el mundo. Pero no puedes.
No nos pertenecen. Son invitados en nuestro hogar, que eventualmente se irán para construir su propia vida. Y nuestro trabajo es ayudarlos a ser fuertes, valientes y listos para tomar sus propias decisiones. El mayor acto de confianza es permitirles la libertad de cometer errores y elegir su propio camino.
Ser padre no solo se trata de alegría y orgullo, sino de saber cómo dejar ir y permitir que tus hijos se conviertan en quienes están destinados a ser. Y también hay fuerza en eso.
Así que chicos, relájense. Sus hijos no son clones de ustedes, son personas independientes. Este es su viaje, y su trabajo es ser un buen compañero, señalándoles el camino, pero sin tomar el volante.
¡Adelante, papás! El mundo no es tan aterrador si confías en la vida.
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